93- Un miliciano de 15 años: Juan Domínguez Barreras, miliciano del batallón Rosa Luxemburgo.

Ángel Domínguez Blanco y Vicenta Barreras Iraola tuvieron seis hijos en diez años, una familia numerosa: Juana, Felipe, Gloria Julia, María, Josefa y Juan Domínguez Barreras (el pequeño), todos nacidos en el barrio de Los Lombanos, de San Esteban, en el Valle de Karranza (Bizkaia) y bautizados en la Iglesia de San Esteban.

Juan Domínguez Barreras, miliciano del batallón Rosa  Luxemburgo, falleció el día 2 de diciembre de 1936 durante la ofensiva de Villarreal, con 15 años.

Para escribir esta entrada en el blog sobre Juan, intento hacer un esfuerzo para recordar cómo era yo cuando tenía 15 años y os invito a hacer lo mismo, recordar cómo erais con 15 años …

Cuando leemos el listado de combatientes del batallón Rosa Luxemburgo o cualquier otra lista de combatientes o fallecidos en la Guerra Civil, imaginamos por defecto hombres hechos y derechos, valientes, unos héroes decididos a defender con su vida aquello que no estaban dispuestos a dejar en manos de sus enemigos- en este caso, en manos de los combatientes del llamado “bando nacional” – luchando contra el golpe de estado a la República de España.

Sin saber nada más de él salvo su nombre, leemos “Juan Domínguez Barreras” en el listado de combatientes del Rosa Luxemburgo e imaginamos a otro hombre más –como podría ser mi abuelo Higinio que con 38 años y tres hijos menores de 9 años pasó a formar parte del listado de desaparecidos el 2 de diciembre de 1936 durante la ofensiva de Villarreal- un civil más convertido de la noche a la mañana en soldado que murió defendiendo la República.

Desde la cómoda posición que nos regala el tiempo, y no habiendo estado más cerca de una guerra que la distancia que separa nuestro sillón del televisor o de la pantalla del cine, decidimos hoy quién fue valiente, quién un cobarde, quién fue un traidor, quién un chivato, quién un héroe, conociendo tan solo datos someros como “el nombre y apellidos,  “en qué batallón estaba” o “en qué bando estaba cuando finalizó la guerra, cuando fue hecho prisionero o cuando la muerte se cruzó en su camino”. Con solo un par de datos ponemos la etiqueta de héroe o villano a cada uno de los cientos de miles de fallecidos o a los supervivientes. Y con eso, a veces, nos basta.

Pero no, ni todos los recordados como héroes fueron valientes, ni todos los combatientes eran hombres hechos y derechos que sabían por qué estaban luchando ni todos los que se dirigían al combate estaban convencidos de que merecía la pena dar su vida por ello. No lo creo. Es una versión idealizada y parcial de las guerras, por lo general, que no estoy muy segura de a qué propósitos obedece.

Con seguridad, las circunstancias que cada uno de ellos vivió les obligaron a actuar de uno u otro modo e hicieron lo que consideraban su deber, en el mejor de los casos, o simplemente porque no les quedó otra  “en el mejor de los mundos posibles”.

Estoy segura también de que hubo muchos héroes anónimos que incluso no llegaron a combatir en la Guerra Civil Española, que consiguieron sobrevivir o fallecieron de una forma que nadie sabrá jamás y que hoy no tienen nadie que recuerde su nombre que ni siquiera consta en ningún listado para la Historia.

¿Vencer o morir? Me niego a creer que nadie – y menos con 15 años – estuviera dispuesto a morir de haber sabido con antelación el resultado de la contienda o de su propio final. No creo que ningún soldado que se vea obligado a avanzar en primera fila lo haga con la certeza absoluta de que la muerte le está esperando a escasos metros. Si avanzan, es porque al menos tienen una mínima esperanza de salir de allí con vida o porque no tienen otra opción.

Quizá me equivoque, pero creo que el instinto de supervivencia (la propia o la de nuestros seres más queridos) es, en última instancia, quien domina sobre todos los demás motivos por los que uno cree que estaría dispuesto a morir cuando la muerte se ve aún demasiado lejos como para poder poner la mano en el fuego sobre ello.

Alistarse voluntariamente en las milicias, como hizo Juan Dominguez Barreras, era una decisión supuestamente madura, sopesada, fruto de la reflexión de infinitos factores – o pocos, no lo sé- que inclinaron la balanza con tal determinación que sentenció que otra opción no era posible.

Recuerdo que mi padre contaba que Higinio, mi abuelo, lo último que dijo a su mujer cuando salió para el frente fue: “No me importa partir si vosotros quedáis bien”. No dijo “morir”, aunque posiblemente esa era la palabra innombrable que sobrevolaba su cabeza porque con 38 años, supongo que sabía que morir en el frente era una posibilidad.

Pero otros, como Juan Domínguez Barreras, que tan solo tenía 15 años, quizá no vieran al “partir a la guerra” más allá de la sensación exultante de considerarse parte de algo glorioso, la defensa de la patria.

A algunos que, como Juan, no habían cumplido la edad mínima para ser llamado a filas y ni siquiera habían hecho el servicio militar, seguramente no se les había pasado por la cabeza que podían morir cuando se alistaron voluntariamente, más contentos por lo que de aventura tenía ello que preocupados por su vida.

Para el ejército, durante la guerra, un combatiente muerto es una baja más, da igual la edad que tenga; para sus padres, es un hijo, su niño, siempre.

“La quinta del biberón”, llamaban a estos combatientes más jóvenes, porque la mayoría de ellos no tenían siquiera un amago de pelusilla de bigote.

Juan Domínguez Barreras era un miliciano más del Batallón Rosa Luxemburgo entre los 150 hombres que formaban la segunda compañía. Juan es uno de los miles de combatientes que continúan hoy en día sin saber en qué lugar fueron enterrados, si es que alguien los enterró con un mínimo de dignidad. Pero todo parece indicar que Juan fue uno de tantos civiles o militares cuyo cuerpo quedó en algún lugar del que jamás se ha movido y desde donde aún nos susurra su recuerdo entre sombras y luces para indicarnos el camino que no debemos jamás volver a tomar.

Según afirmó el comandante del batallón Rosa Luxemburgo, Manuel Cristóbal Errandonea, Juan falleció el día 2 de diciembre en el frente de Ochandiano, y su cuerpo – como el de tantos otros durante esos primeros días de la ofensiva- tampoco fue recogido del campo enemigo como sucedió con muchos de los que fallecieron durante la recordada como “ofensiva de Villarreal” en diciembre de 1936.

En el Registro Civil del nacimiento de Juan, vemos cómo en realidad se llamaba Juan Dámaso y se añade, después de su fallecimiento, en el margen izquierdo, una nota que dice: 

«Falleció en el frente de Ochandiano a consecuencia de las heridas recibidas, habiendo quedado su cadáver en campo enemigo, según comunica Don Manuel Cristóbal Errandonea, comandante del batallón Rosa Luxemburgo, al que pertenecía el finado. Doy fe. «

Si tenemos por cierto lo que certificó el comandante del batallón Rosa Luxemburgo, su cuerpo inerte quedó en algún lugar del frente de Ochandiano ocupado por el enemigo, dondequiera que estuviera su compañía, la segunda compañía del Rosa Luxemburgo, el día 2 de diciembre de 1936.

Poco antes, había cobrado su única nómina en el batallón Rosa Luxemburgo: 150 ptas. por 15 días. Seguramente, para él, toda una fortuna, el sueldo de dos semanas.

Firma de Juan Domínguez Barreras en la nómina del Rosa Luxemburgo de la 2ª quincena de noviembre unos días antes de fallecer.

Hoy sabemos por el relato de Gabriel Lashayas, “barbero y algo más” del batallón Rosa Luxemburgo, que al menos 70 hombres no regresaron al cuartel el día 17 de diciembre de 1936, cuando el batallón fue retirado del frente de Villarreal y “regresó a Bilbao para descansar y reorganizarse”. Pero, además, esa cifra de 70 hombres caídos que se comentó entre los combatientes del Rosa, con toda probabilidad se quedó corta porque tras la ofensiva, más de 300 nombres del batallón se caen del listado de las nóminas del Rosa Luxemburgo y no aparecen siquiera en el listado de heridos y enfermos del batallón. Algunos de esos más de 300 hombres, como ya hemos adelantado en otra entrada publicada en el blog, vemos que pasaron a otro batallón tras la ofensiva de Villarreal, pero del resto, aún no sabemos qué sucedió con ellos e intentamos encontrar la respuesta en este estudio que comencé hace algo más de tres años.

Hará falta mucho tiempo para saber cuántos fallecieron realmente en aquella ofensiva y podamos poner nombres a todos, si es que algún día se consigue.

Entre los historiadores, se baraja, como ya comentamos, una cifra que al menos estaría entre 700 o 1.000 fallecidos en el Ejército Republicano en la ofensiva de Villarreal. Pero haciendo una media, solo con que hubieran fallecido 30 hombres de cada batallón republicano vasco que participó en la ofensiva, nos acercaríamos a las cifras que se estiman a día de hoy, pero esa cifra, insisto, creo que quedará muy lejos de la realidad terrible que se ocultó.

Juan Domínguez Barreras, un niño de 15 años, fue uno de ellos, un muerto más…

Según mi opinión, a día de hoy, el lugar en que falleció Juan podría estar no muy lejos del pinar de Txabolapea, en las faldas del monte Albertia, y estará con otros tantos de la segunda compañía que fallecieron ese mismo día defendiendo esa posición privilegiada para un posterior “ataque decisivo” sobre el pueblo o bien en algún otro lugar próximo si como creo, al menos dos de las compañías del Rosa Luxemburgo participaron en lo que llamaron “una operación envolvente” – que resultó ser un fracaso – para sitiar Villarreal y hacerse  con ese bastión “ejemplo de resistencia y de la protección divina” (según el bando nacional) en que se convirtió el pueblo de Legutiano gracias al desastroso diseño de la ofensiva y una caótica puesta en escena del proyecto conjunto del Ejército Republicano del Norte ( ejércitos de Asturias, Santander y País Vasco) que supuestamente pretendía incluso llegar hasta la capital de Álava, Vitoria, liderados por el Ejército del País Vasco.

El caos de organización en el Ejército republicano vasco fue tal, que algunos soldados terminaron falleciendo bajo “fuego amigo”, como nos desvelaron años después los innumerables testimonios de los propios combatientes, tanto milicianos como oficiales del ejército, de los diferentes batallones vascos que participaron en la contienda. Y lo que es peor quizá, saber hoy que, lamentablemente, puede que en el proyecto de dicha ofensiva jamás hubo ninguna intención real de avanzar hacia ninguna parte, de sobrepasar Villarreal, en absoluto, que era lo que la mayoría de los soldados, milicianos o gudaris, estaban convencidos que iban a conseguir con facilidad cuando se dirigían la madrugada del 30 de noviembre desde sus cuarteles hacia “el frente de Otxandiano”, Juan Domínguez Barreras, de 15 años, entre ellos.

Si Juan falleció bajo fuego amigo o enemigo, creo que no lo sabremos jamás.

Manuel Cristóbal Errandonea comunicó que Juan falleció en el “frente de Ochandiano”, un frente que puede venir en los distintos documentos denominado también como “frente de Ubidea”, “frente de Álava” o “frente de Villarreal” en la certificación de fallecimientos que hubo en estas fechas entre el 29 de noviembre y finales de diciembre de 1936 – para denominar genéricamente lo que en la historia hemos recordado como “ofensiva de Villarreal”.

En los listados oficiales de fallecidos redactados en la actualidad, o en los documentos originales, suele poner como lugar de fallecimiento, cuando fallecieron durante la ofensiva de Villarreal, «frente de Ochandiano», «frente de Ubidea», «frente de Villarreal», Legutiano o Legutio (nombre actual desde 1980 de “Villarreal de Álava” que era como se llamaba en 1936 desde que en 1333 fue fundada la villa por Alfonso XI -Rey de Castilla- una villa que tenía jurisdicción sobre varia aldeas cercanas, Nafarrete y Elosu entre ellas) sin que esto signifique que hubiera fallecido el soldado en esos pueblos en concret o en sus inmediaciones necesariamente, sino “en la zona de la ofensiva de Villarreal”.

Esta variada terminología utilizada en los distintos listados o certificados de fallecimiento suele dar lugar a confusión, por eso lo indico ya que me lo han consultado en varias ocasiones cuando los familiares han encontrado distintos nombres del lugar de fallecimiento en los distintos documentos que tienen sobre el fallecimiento de un combatiente.

No es que yo quiera poner en duda dónde y cuándo falleció Juan Domínguez Barreras, en absoluto, pero esta afirmación me da pie a comentar que, con toda seguridad,

tanto Manuel Cristóbal Errandonea como otros oficiales o combatientes de este batallón (como posiblemente se hizo en otros batallones republicanos o nacionales) certificaron fallecimientos de soldados sin tener la seguridad de si habían muerto, si habían sido hechos prisioneros o si se habían pasado al enemigo de manera voluntaria, y mucho menos, por tanto, podían saber el lugar exacto de su supuesta muerte. Por eso, en realidad, en muchas ocasiones, lo que indicaban era una zona, un frente, un área del frente donde fue visto por última vez vivo o muerto.

En algunos certificados de fallecimiento ponían: “desapareció en …. » o incluían “no habiéndose recogido su cadáver del campo enemigo” o incluso, en ocasiones, añadían apreciaciones subjetivas en el certificado de defunción, indicando la “imposibilidad de que se hubiera pasado al enemigo” o añadiendo a esta frase “dadas sus fuertes convicciones políticas” o algo similar, como he encontrado en diversos documentos o recortes de prensa de la época.

Algunos que en su momento fueron dados por fallecidos, se pudo comprobar que seguían vivos varios años después, o décadas – y sus familiares lo pueden testificar hoy en día – bien porque habían sido hechos prisioneros o porque habían desertado (se habían pasado al “campo enemigo”) cuando vieron la oportunidad. No juzgo, solo expongo hechos contrastados. Esto ocurría en ambos bandos.

Pero Juan jamás regresó a casa, como nos comunica su sobrino nieto Jon, nieto de Felipe Domínguez Barreras (hermano de Juan).

Felipe Domínguez Barreras tenía 24 años, nueve años más que Juan, y formaba parte del batallón M.A.O.C.- 2, «Guipúzcoa», (segundo de Larrañaga), batallón número 60 del Ejército Republicano del País Vasco. Incluímos la fotografía de Felipe cuando estaba haciendo el servicio militar, que ha sido cedida por su nieto Jon para incluirla en esta entrada del blog en recuerdo de Juan, miliciano del batallón Rosa Luxemburgo, por no tener la familia ninguna foto de Juan.

Firma de Felipe Dómínguez Barreras (hermano de Juan) en el Batallón M.A.O.C.-2

Puedo suponer que los padres de Juan – Ángel Domínguez Blanco y Vicenta Barreras Iraola – al recibir la noticia de su fallecimiento, en estado de shock, se negaron a aceptar que aquello fuera cierto y – mientras no tuvieran la certeza de su muerte, sin haber recibido sus restos mortales- preferían mantener la esperanza de que se tratara de un error. Supongo que, probablemente, al menos en los primeros días o los primeros meses desde que les comunicaron su fallecimiento, se agarraron con fuerza a la convicción de que su hijo seguía aún vivo, que aparecería tarde o temprano, que quizá fue hecho prisionero y continuaron esperando el regreso de su hijo durante meses o años quizá, como posiblemente hicieron muchos padres, hermanos o hijos de los fallecidos.

NEGACIÓN- IRA- NEGOCIACIÓN- DEPRESIÓN-ACEPTACIÓN

dicen que son las cinco fases del duelo por las que inevitablemente se pasa para poder superar una pérdida, sea esta una pérdida física o emocional. Pero muchos duelos a veces, se quedan estancados en una de las fases o no terminan de cerrarse. Y esto, es lo que ocurrió seguramente con la mayoría de los familiares directos de los “desaparecidos” en la Guerra Civil  Española también, en ambos bandos.

Juan Domínguez Barreras, miliciano del batallón Rosa Luxemburgo, consta en el listado de fallecidos como “Muerto en el frente” con 17 años, pero realmente DEBERÍA CONSTAR EN ESTE LISTADO COMO “DESAPARECIDO”y corregirse la edad de su fallecimiento, puesto que su cuerpo no fue recuperado ni se sabe dónde está y además porque, por otro lado, Juan, tenía aún 15 años, no 17 -como consta en el la base de datos de Gogora (que me ha enviado su sobrino-nieto) cuando falleció combatiendo en el batallón Rosa Luxemburgo el día 2 de diciembre de 1936.

El dato erróneo sobre su edad se debe a que habrá sido tomado de esta inscripción de su fallecimiento en el Registro Civil – realizada seis meses después de su fallecimiento – donde pone que tenía 17 años, como hemos podido contrastar con los certificados de nacimiento y solicitud de bautismo que nos ha enviado Jon con la intención de que sean publicados. Queda demostrado que es un error, claramente, porque Juan falleció con 15 años.

No sabemos si Juan, cuando se incorporó voluntariamente a las milicias republicanas, llevó o no el documento firmado por el padre, que era preceptivo para ser admitida su inscripción como voluntario en el caso de los menores de 16 años, pero lo más triste es que Juan no era el único muchacho que se incorporó con o sin el permiso paterno, en ambos bandos enfrentados en la Guerra Civil Española.

La utilización de los menores de edad en los conflictos bélicos, como vemos, no es cosa solo del “tercer mundo”, de otras épocas o de países lejanos que nada tienen que ver con nosotros.

Recuerdo, mientras escribo estas líneas, un documento – entre los consultados en el Archivo de la Guerra Civil, de Salamanca–  en el que unos padres reclamaban la “devolución de su hijo” porque se había alistado en uno de los batallones republicanos vascos sin el susodicho “permiso” y solicitaban que les fuera devuelto a casa.

Desde entonces, cada vez que leo el nombre de alguno de los combatientes o fallecidos en la Guerra Civil, no puedo evitar preguntarme si tras aquel nombre había en realidad casi un niño o un hombre adulto. Y cuando recuerdo a mis hermanos o a mis hijos tal como eran cuando tenían 15 años, no soy capaz de verlos enfrentándose a la muerte en el campo de batalla y me resisto a pensar que aquello vaya a suceder otra vez. Me niego a creer que no hemos aprendido nada, aunque en ocasiones… no puedo evitar ponerlo en duda.

Es posible que en el Rosa Luxemburgo hubiera algún otro muchacho menor de 16 años, no lo sé, pero ahora, tras recibir los documentos que nos envía su sobrino nieto, Jon, sabemos que al menos había uno y se llamaba Juan Domínguez Barreras.

Habría también en el batallón muchachos muy jóvenes de 16 años, que también eran casi niños, como también habría jóvenes solteros que no llegaban a los 20 o tenían algún año más; jóvenes recién casados de veintitantos que habían iniciado un futuro esperanzador al lado de su amada, jóvenes que habrían sido ya padres, e incluso alguno que había pasado con holgura los 30 años y podríamos considerar “los veteranos del batallón”, aunque para todos ellos aquella fuera su primera experiencia bélica y para quienes seguramente, por tratarse de civiles, fue, además, para la gran mayoría de ellos, la primera ocasión en la que tuvieron un arma de fuego en sus manos y la carga emocional de saber que con ella iban a segar la vida de otros que, como ellos, se habían visto inmersos en la locura de una guerra.

Intento imaginar cómo era tu entorno, Juan, el mundo que te rodeaba antes de que la guerra comenzara, por lo poco que me ha podido contar de ti Jon, el nieto de tu hermano Felipe, pero esos quince años que tenías me impiden llegar a comprender qué se te pasó por la cabeza para alistarte sin que nadie te hubiera obligado a ello. Podías haber esperado a ser llamado a filas, pero no lo hiciste; ni siquiera esperaste a tener los 16 en que ya no debías presentar el papel con el consentimiento de tus padres para incorporarte.

Es posible que le dijeras a tu padre, quizá en medio de una discusión, que “total, solo te faltaban unas semanas para no necesitar siquiera su aprobación” y simplemente les comunicaste que ibas a incorporarte al frente, con su permiso o no.

¿Por qué tanta prisa? Quizá la espera de esas semanas que te faltaban para cumplir los 16  te hubiera salvado de la muerte, quién sabe.

Solo te encuentro en las nóminas del Rosa Luxemburgo en la segunda quincena de noviembre y cobraste y firmaste los 15 días, así que casi faltaba un mes para tu cumpleaños, para cumplir los 16, cuando te admitieron en el batallón. Pero encontraste la muerte a una semana de tu cumpleaños, una fecha que seguramente sería muy importante para ti ese año porque, técnicamente, con 16 años, el ejército te convertía en ese momento en un hombre con plena capacidad para decidir sobre tu vida y tu muerte.

¿Realmente eras consciente de que podías morir o quedar mutilado de por vida cuando te alistaste voluntario con 15 años?

Me pregunto qué hacía un muchacho de 15 años en 1936. Seguramente, salvando las distancias, lo mismo que cualquier muchacho de esa edad en otros lugares y épocas: comenzabas a descubrir lo que hay más allá de la vida que pronto ibas a dejar atrás, empezabas a imaginar cómo sería tu futuro e incluso es posible que tuvieras en mente algún amor que ya te rondaba por la cabeza o que esperabas conquistar cuando regresaras, desfilando codo a codo con el resto de los hombres del batallón, entrando por Atxuri, pasando por la Iglesia de San Antón, desfilando por la calle de la Ribera, con tu uniforme de miliciano, orgulloso de tus hazañas, con el arma sobre tu hombro.

¿Qué tiene prioridad en la mente de un chico de 15 años? Es posible que ya tuvieras un ligero borrador acerca de cómo pretendías conseguir alcanzar tus sueños y poco más. No lo sé. Pero ¿cuántos de nosotros, cuando teníamos 15 años, sabía -ni siquiera de lejos- cómo iba a encauzar su futuro inmediato o lejano?

Te imagino trabajando desde niño junto a tus padres y hermanos, en el campo, donde vivías, cerca de vuestra casa natal.

Tengo algunas fotografías que me ha enviado Jon de aquello que fue tu hogar y te imagino saliendo hacia la escuela, a la que tal vez acudiste poco tiempo porque quizá a media mañana debías salir para llevar la comida al padre -como tantos menores hacían entonces- o porque tú mismo decidiste o tus padres tomaron la decisión por ti de que poco te hacía falta saber para trabajar en el campo o porque simplemente no podían permitirse el lujo reservado para los ricos: poder estudiar.

O no, quizá tenías otros planes: no te gustaba estudiar, te gustaba trabajar y vivir en el campo porque al menos allí te sentías libre y lo último que deseabas para tu futuro era estar encerrado en una fábrica durante 10 horas al día, en unas miserables condiciones de trabajo, como algunos de tus amigos ya estaban viviendo para conseguir un sueldo miserable que llevar a sus casas con el que sobrevivir.

También es posible que estuvieras dispuesto, por el contrario, a hacer lo que hiciera falta con tal de salir de tu pueblo para ir a vivir en la ciudad, en Bilbao, y pasear por todos aquellos lugares que hasta entonces solo habías visto en la prensa donde había grandes edificios, jardines, teatros, cines y cafés llenos de gente elegante y mujeres guapísimas vestidas siempre de domingo…

Juan, no tengo ni idea de quién eras, cómo eras ni en qué estabas pensando cuando te alistaste como voluntario a las milicias, esa es la verdad.

Hoy eres recordado gracias a que tu sobrino nieto Jon te recuerda y ha querido que tu nombre no quede en el olvido, porque no dejaste a nadie más tras de ti, no llegaste a casarte y tener hijos que recuerden tu nombre y nos cuenten algo más de cómo fue tu vida y así poder recordarte hoy en estas líneas que no pretenden otra cosa que contribuir a que tu nombre, a falta de una fotografía, sea la imagen de otros “casi unos niños” que, como tú, participaron activamente en la Guerra Civil Española, para “que vuestros nombres no queden en el olvido” junto al de tantos hombres que participaron en ella y que serán para la Historia poco más que un número, una cifra más que sumar en las estadísticas de las vidas sesgadas por la guerra.

No sé cómo eras, no sabemos cómo era tu rostro porque ni siquiera tenemos una fotografía tuya.

No sé cómo era tu sonrisa o tu “semblante de hombre duro de 15 años” combatiendo en las milicias del batallón Rosa Luxemburgo,

pero cuando intento pensar en que quizá tu muerte no fue instantánea, en que quizá quedaste en campo enemigo herido de muerte, siendo consciente de que nadie iba a venir a recogerte a tiempo para salvarte,

estoy segura de que lo que deseabas en ese momento, más que nada en el mundo, era…

VOLVER A CASA.

o o O o o

EN MEMORIA DE JUAN DOMÍNGUEZ BARRERAS,

miliciano del batallón Rosa Luxemburgo,

soldado del Ejército de la República.

o o O o o

DOCUMENTOS APORTADOS POR JON, SOBRINO NIETO DE JUAN DOMÍNGUEZ BARRERAS

Fotografía de Felipe Domínguez Barreras.

Ficha de Juan Domínguez Barreras procedente del Instituto Gogora, donde consta como “Muerto en el frente”, lugar de fallecimiento “Frente de Legutio” y “lugar de enterramiento desconocido”; pone también (por error, como hemos demostrado con la documentación aportada por su sobrino nieto, Jon) que Juan tenía 17. Se añade también en su ficha de Gogora la información bibliográfica, mencionando el Registro Civil de Fallecidos en Campaña, el Registro Civil de Karrantza y un libro de Fernando Obregón Oyarrola titulado “República, Guerra Civil y Posguerra en los Valles del Asón. 1931-1948 publicado por la Editorial Maliaño en el año 2007>>

Varias fotografías del barrio de Los Lombanos, en San Esteban, Karrantza

Varias fotografías de la casa natal de Juan y sus cinco hermanos.

Fotografías de Iglesia del pueblo de San Esteban, Karranza, donde fueron bautizados los hermanos Domínguez Barreras.

Fotografías de la ermita de “El ángel”, del barrio de Los Lombanos, que estaba a escasos 100 metros de la casa natal de la familia Domínguez Barreras.

Copia del Registro Civil del nacimiento de Juan donde quedó inscrito como “Juan Dámaso” (es decir, Juan se llamaría en realidad se llamaría Juan Dámaso Domínguez Barreras) siendo inscrito a las 10 horas del día 12 de diciembre de 1920 y donde dice que nació “el día de ayer” – por tanto el día 11 de diciembrea las doce horas, que lleva además la inscripción en el lado izquierdo de los datos del día y lugar de su fallecimiento según el testimonio del  comandante del batallón Rosa Luxemburgo Manuel Cristóbal Errandonea.

Extracto de los datos de la solicitud de bautismo, donde pone que nació el día 10 de diciembre a las 7 de la tarde.

Acta de defunción de Juan, Registro Civil, realizada el 11 de  junio de 1937 y revisada el 8 de julio de 1938. Resumen de los datos: Registro de su fallecimiento realizado el registro en el Valle de Carranza el 11 de junio de 1937, a las 9:05. Pone que falleció el Frente de Villarreal a los 17 años según consta en la Jefatura de la Sanidad Militar del Gobierno de Euzkadi . La frase donde se mencionaba la causa de la muerte se tachó en 1938, pero se deja la anotación de que la inscripción de su muerte se hizo en su día  << en virtud del Artículo nº 2 del Decreto de Justicia y Cultura de Euzkadi de 11 de diciembre de 1936. >>

La explicación del porqué se ha tachado dicha anotación viene en el margen izdo del mismo documento donde se indica – tras la visita del Juez de Primera Instancia, el 8 de julio de 1938- que <<Se ha tachado lo referente a la causa y lugar del fallecimiento porque con arreglo a la Ley del Registro Civil no debían figurar en ellas lo relativo al modo o lugar del fallecimiento etc, anotación hecha el 8 de julio de 1938, II año Triunfal.>>

batallonrosaluxemburgo.wordpress.com

Amaya Ibergallartu. Bilbao, a 1 de noviembre de 2020

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